martes, 26 de mayo de 2009

Una Tarde de Verano en Invierno

Una tarde de mañana en invierno grité en silencio,
grité en silencio
una tarde de verano en invierno grité
El primer verso lo regalan los dioses
lo regalan los Dioses
el primer verso lo regalan los Dyoses y el segundo
también
y el segundo también

Despierto aturdido. Un robusto rayo solar entra por mi ventana y penetra mis párpados cerrados insistente por entrar. Deberían haber sido algo así como las siete de la mañana ya que a esa hora al sol le da por posicionarse de manera tan molestosa. Podría poner cortinas pero me gusta abrir los ojos y ver el mar. Invadido de luz mi apartamento se ve muy blanco, blancas sábanas, blancas paredes, blancas tazas. Por ahora solo me intento quitar la pereza y camino sin poco esfuerzo hasta el pequeño tablón en la cocina donde guardo mi café. Mientras el sensual olor de los granos hirviendo flirtean con mis sentidos yo camino semi-dormido hasta la puerta y recojo el periódico de esta mañana. Contento como sólo se es borracho de sueño me apoyo contra las entrañas de mi tesoro, tan cálido por la mañana. Observo por el gran ventanal frente a la cocina como el mar choca incesante sobre las rocas. Sé que algún día mi tesoro caerá de este peñasco estrepitosamente al mar, pero prefiero esa muerte súbita y teatral a la muerte lenta del abandono. Le doy la espalda a la vida fuera de mi ventana y tomo entre las manos la caliente taza de líquido café. Siento su calor contra mi cara. Saboreo su olor. La llevo a mis labios. Cae. Rota en el piso está mi taza favorita, la que dice "Yo Corazón Concón". Café y húmedo el periódico se ahoga en el piso, las últimas palabras que arranqué de él siguen retumbando en mi, seguidas por un fuerte ¡NO! que marca el paso como marcha militar. Ha muerto. Él ha muerto. Y yo dormido en el paraíso me entero por el periódico. 

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