lunes, 1 de junio de 2009

Espacio Cerrado


No me encuentro bien en esta celda. Miro a mi alrededor y solo veo paredes, al menos en la carcel hay rejas que dejan pasar luz y esperanza. Seguramente los mataron a todos, todos los demás recuerdos que antes vivían aquí conmigo. Es raro, uno pensaría que con más personas el espacio se haría más reducido, pero en realidad la compañía ayudaba a hacer más soportable el tiempo encerrado. Entre historia e historia volabamos hacía lugares inesperados, me contaban de sus vidas y de repente no estaba encerrado ni perdido sino manejando a cien kilómetros por hora huyendo de nada. El carcelero ya no viene, creo que me quieren matar de soledad. No puedo morir de hambre, nunca necesito comer. Tampoco necesito respirar, aunque me da asco que el aire aquí se pudra cada vez más. El hedor de mi sangre secandose en las paredes de mi carcel me da ganas de vomitar, pero como no he comido nada, gracias a Dios, no vomito. El olor se quedaría aquí por semanas. Ya han sido meses y meses desde que se llevaron al último de aquí. Casí no lo recuerdo, todo me empieza a parecer como un blanco estéril que recorre las paredes y se traga las memorias y el llanto. El último al que se llevaron era un hombre alto, rubío, ojos muy azules, parecía escandinavo. Él sí era humano, le hacía falta comida y aunque su complexión no lo revelaba, tambíen luz solar. Maldita luz neón en el techo es lo único que no me deja pensar que se han muerto los carceleros, que todos siguen allí afuera, viendo como desciendo en locura. Esa máldita luz neón que no me deja dormir por las noches, o los días, no sé, hace rato ya no sé cuando es cuando. 

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