martes, 11 de enero de 2011

Cambiazo



Sus amigos habían cambiado tanto que para él, eran personas distintas.

Don Ignacio era ya un hombre mayor, aunque a una edad en la cual aún se tiene algo de vitalidad, digamos entre sesenta y setenta años. A lo largo de su vida había acumulado cierta fortuna, que alegremente había compartido con su mujer y sus hijos. Un trágica mañana, cuando sus hijos habían ya salido de la casa, su mujer cayó como fulminada por un rayo. Los doctores no pudieron explicar a ciencia cierta que le había sucedido a la mujer, bastó con decir “ataque cardiaco” y lo dejaron ahí. La señora era mayor, y que la gente mayor fallece no es misterio para nadie. Pasaron los años y sus hijos se fueron alejando cada vez más, no por ninguna enemistad con su padre, sino porque simplemente hicieron su vida.

Don Ignacio, a pesar de estar solo en su mansión (no le gustaba que le sirva nadie), era un hombre muy activo y social. Salía todas las mañanas a trotar y cuando se encontraba con algún conocido se detenía siempre a conversar. Por las tardes jugaba poker, blackjack, e incluso canasta, con sus varios amigos y amigas del barrio. Lastimosamente, poco después de la muerte de su mujer se comenzó a desmoronar su cómodo estilo de vida. Comenzó con pequeñas sospechas de que le estaban robando, luego notó que la voz o los manerísmos de sus amigos ya no eran los mismos. Caminaban distinto, decían cosas que no hubiesen dicho antes jamás, hasta lo miraban distinto. Cuando se lo mencionaba a sus hijos por teléfono, ellos respondían que era obvio que actuaran y hablaran distinto - ¡habían envejecido! Don Ignacio sabía que no era eso, los cambios eran demasiado sutiles. Una noche vio una película en el canal de películas clásicas, y aunque flirtió con la idea, no se atrevió a proponer la teoría que marcianos habían usurpado el cuerpo de sus amigos. No quería parecer loco. Ya cuando le quedaban pocos amigos que él consideraba eran “como él los conoció”, empezó a esconderse en su casa. Recibía a esos pocos amigos, algunos de los cuales compartían su extraña teoría, en su mansión. Como todo, con el tiempo dejaron de llegar.

Pasaron varios años de solitud y Don Ignacio se les ingeniaba para no salir en ningún momento de su casa. Hace tiempo había perdido la confianza en el mundo exterior y por eso es muy extraño que esa noche de Octubre, con lluvia y relámpagos afuera, haya abierto la puerta.

Un hombre, que Don Ignacio no había visto nunca antes, estaba parado en el umbral de la puerta, empapado de pies a cabeza. Don Ignacio, en contra de su impulso incial, lo invitó a entrar. Racionalmente él sabía que el hombre podría ser un asesino, un ladrón, un maleante. No obstante, Don ya estaba tan solo que a estas alturas no le importaba. Además, convencido de su propia fuerza, estaba seguro que nada le podría pasar a él.

Y así de simple fue como sufrió la misma suerte que sus amigos.

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