A los veinte años, Luís no había escuchado jamás hablar de un festival de cine. Él había crecido en un pueblo de pescadores, bastante alejado del mundo, muy al interior de la costa Ecuatoriana. Su vida giraba en torno a peces, redes, barcos de madera y las maravillas saladas del mundo al interior del mar. El mismo día de su veintiún cumpleaños una caravana que mostraba películas al aire libre pasó cerca de su casa, coincidiendo justo con uno de los pocos días al año en que Luís no estaba en el mar. El hombre salió sigiloso de su pequeño hogar y fue a explorar qué hacía esta extraña gente. Las personas con las que se encontró eran amables, e incluso le invitaron a que participara. Luís ayudó a bajar unas sillas del camión y encontró mucha gente del pueblo, e incluso muchas personas de pueblos lejanos sentadas, paradas, e incluso acostadas en la arena - todas expectantes. Ahora Luís estaba más que meramente curioso, y como su naturaleza no era de sentarse y esperar, continuó ayudando en lo que pudo a los organizadores y preguntando miles de preguntas que los otros respondían poco, mal o a medias. Cayó la noche y Luís maravillado vio por primera vez una película en la gran pantalla. Por supuesto que había visto películas antes, tenían un pequeñísimo televisor con perillas como de radio que recibía dos canales que nunca le había llamado la atención en lo más mínimo. Pero esto era distinto, esto era grandioso, Luís se quedó maravillado e ilusionado y mientras veía la película imaginaba. Al terminar ayudó a los organizadores a guardar las sillas, recoger los cables, limpiar las pequeñas mesas portátiles y regresar todo a su gran camión. Esa noche soñó con el mar. Soñó con la pantalla gigante de tela bañada en azul, moviéndose como las olas y contando sus historias. Despertó con el alba, como acostumbraba hacer, y corrió por la playa a ver si los organizadores seguían allí. Los encontró desayunando y listos para partir. Parado frente a ellos no supo mas como decir lo que sentía. Tartamudeó y se disculpó pero estos le animaron a que diga para qué había venido. Finalmente preguntó tímido si le podían enseñar a hacer que las imágenes contaran su historia en la pantalla, si le podían enseñar a capturar al mar en una maquina, si le podían enseñar cine. Los organizadores cínicos se rieron en su cara pero abruptamente se dieron cuenta de su error y que el chico hablaba en serio. Con un poco de vergüenza por haberse burlado de él trataron de explicarle amablemente que un chico sin estudios básicos, ni hablar de secundarios, jamás podría llegar a hacer una película. Luís se retiró ofendido y herido y dio vueltas por la playa antes de regresar a su casa. Pateando rocas y casi llorando de vergüenza buscó el único escondite que conocía del mundo y se lanzó al mar a nadar. Mientras nadaba se iba sintiendo mejor, menos insultado, empezaba a sentir lástima por esos tipejos en su camión con un pedazo de tela que contenía un mundo de mentira. Llegando a su lugar favorito, el punto exacto donde ya no se puede ver la playa, se dejó flotar. ¡Que se lleven su estúpida máquina! A fin de cuentas, el mar todo jamás podría caber en tan chica tela.
lunes, 8 de junio de 2009
Luis y el Mar
A los veinte años, Luís no había escuchado jamás hablar de un festival de cine. Él había crecido en un pueblo de pescadores, bastante alejado del mundo, muy al interior de la costa Ecuatoriana. Su vida giraba en torno a peces, redes, barcos de madera y las maravillas saladas del mundo al interior del mar. El mismo día de su veintiún cumpleaños una caravana que mostraba películas al aire libre pasó cerca de su casa, coincidiendo justo con uno de los pocos días al año en que Luís no estaba en el mar. El hombre salió sigiloso de su pequeño hogar y fue a explorar qué hacía esta extraña gente. Las personas con las que se encontró eran amables, e incluso le invitaron a que participara. Luís ayudó a bajar unas sillas del camión y encontró mucha gente del pueblo, e incluso muchas personas de pueblos lejanos sentadas, paradas, e incluso acostadas en la arena - todas expectantes. Ahora Luís estaba más que meramente curioso, y como su naturaleza no era de sentarse y esperar, continuó ayudando en lo que pudo a los organizadores y preguntando miles de preguntas que los otros respondían poco, mal o a medias. Cayó la noche y Luís maravillado vio por primera vez una película en la gran pantalla. Por supuesto que había visto películas antes, tenían un pequeñísimo televisor con perillas como de radio que recibía dos canales que nunca le había llamado la atención en lo más mínimo. Pero esto era distinto, esto era grandioso, Luís se quedó maravillado e ilusionado y mientras veía la película imaginaba. Al terminar ayudó a los organizadores a guardar las sillas, recoger los cables, limpiar las pequeñas mesas portátiles y regresar todo a su gran camión. Esa noche soñó con el mar. Soñó con la pantalla gigante de tela bañada en azul, moviéndose como las olas y contando sus historias. Despertó con el alba, como acostumbraba hacer, y corrió por la playa a ver si los organizadores seguían allí. Los encontró desayunando y listos para partir. Parado frente a ellos no supo mas como decir lo que sentía. Tartamudeó y se disculpó pero estos le animaron a que diga para qué había venido. Finalmente preguntó tímido si le podían enseñar a hacer que las imágenes contaran su historia en la pantalla, si le podían enseñar a capturar al mar en una maquina, si le podían enseñar cine. Los organizadores cínicos se rieron en su cara pero abruptamente se dieron cuenta de su error y que el chico hablaba en serio. Con un poco de vergüenza por haberse burlado de él trataron de explicarle amablemente que un chico sin estudios básicos, ni hablar de secundarios, jamás podría llegar a hacer una película. Luís se retiró ofendido y herido y dio vueltas por la playa antes de regresar a su casa. Pateando rocas y casi llorando de vergüenza buscó el único escondite que conocía del mundo y se lanzó al mar a nadar. Mientras nadaba se iba sintiendo mejor, menos insultado, empezaba a sentir lástima por esos tipejos en su camión con un pedazo de tela que contenía un mundo de mentira. Llegando a su lugar favorito, el punto exacto donde ya no se puede ver la playa, se dejó flotar. ¡Que se lleven su estúpida máquina! A fin de cuentas, el mar todo jamás podría caber en tan chica tela.
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