
“El dolor siempre persiste, sin embargo, al contemplar los escombros después de la caída, se percibe cierta paz, con cierta resignación o aceptación. Lo cierto es que allí está aquello que tanta edificación impedía ver.”
-J. Tapia, "El Hombre de Mármol", últimas palabras
"Y parado frente al vacío del mundo, destruido, decidió por fin andar."
-Roberto Castaño, "Reflexiones Debajo de la Cáscada", pág. 62
Imagínense a Bruno como un hombre con vida. Imagínense la nada como un todo. Imagínense como este hombre se pierde en esa nada, como se convierte en la nada, como siente que sus extremidades se vuelven unos con la nada y pelean por moverse dentro de un espacio que se moldea a su alrededor. Una molécula negra en un balde de pintura tinta en un cuarto oscuro de noche. El único sentido que le queda es el tacto, un tacto que solo se siente a si mismo, que se saborea a si mismo, que se canibaliza a si mismo. Y es que cuando ya no hay nada, cuando no hay edificación, ni luz, si quiera escombros que patear, es cuando se es lo que es. Y lo que se es no es nada. Y lo que no es nada es bestia, es abominación de la entropía natural y sagrada del universo. Ser es blasfemia, y en el altar del único e indivisible Díos de uno ese hombre con vida se canibaliza en busca de un único e indivisible perdón eterno que no es más que ser uno y nunca más volver a ser dos.
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