Miedo, mezclado con eufórica emoción le llenan el cuerpo mientras espera. Pronto verá los caros zapatos de un tipo bien vestido que hablará con su “partner” en acento ligeramente italiano. Él pretenderá que las metralletas no le asustan, que sus trajes no le impresionan. Quizás, tal vez, con mucha suerte, le permitirán unirse al “gang”. En cualquier momento llegará un Al Capone, un caracortada, algún elegante mercader de la muerte. Y este será solo el comienzo de su aventura. Después de darles toda la información que ellos quieran él pedirá acompañarles y poco a poco se ganará su respeto. Claro, al principio tendrá que hacer trabajos menores, incluso hasta asquerosos, pero él sabe que desde cualquier puesto se puede subir hasta la cima. Ojala hasta lo hagan jefe de familia, al fin y al cabo, no deja de tener sangre italiana. ¿Y si tiene que matar a alguien en el camino? ¿Qué significa uno más o uno menos en este loco mundo? Violencia glorificada lo espera. Un largo pero emocionante viaje de drogas, pistolas, y poder. Lo único que tiene que hacer es sobrevivir estos próximos minutos. Cuando ellos lleguen, cuando abran la puerta, él tendrá que estar muy callado. Escucha una voz a lo lejos. Es una mujer. Gritos. Por fin se acercan las piernas tan esperadas que apenas alcanza a divisar...
-¿Qué haces allá abajo? ¿No ves que estamos a punto de empezar? ¡Todos te esperan, muévete!- Es su esposa gritándole para que baje. Sus tacones altos suplantan la fantasía de los finos loafers italianos. Él se está escondiendo, sí, pero no de ningún mafioso. Debajo de esta cama está acostado un hombre de treinta y nueve años. Este hombre llora. En el primer piso de su casa (o del banco, depende de como se mire) están todos sus amigos y familiares esperándolo para cantar, por cuarentava vez, Cumpleaños Feliz. Como siempre sus sueños se retuercen en el piso, victimas del atropello que supone lo que esperan todos de él. Unos minutos más, unos minutos más. Lo único que quiere es poder cerrar los ojos y volver a esperar a ese par de elegantes mafioso. Libertad, violencia, sexo, drogas, rock-n-roll. En realidad nada de eso le espera, ni siquiera la imparcial absolución que ofrecería la muerte. Su vida es ordenes, rutina, intercambio-de-fluidos-corporales-durante-fechas-pre-designadas, anti-depresivos y música de elevador. Nunca tuvo otra opción. De la casa de sus padres, a la casa de estudios, a la casa del Comercio, a la casa del (¡ahora nuevo dueño!) banco. Incluso su máxima fantasía no podría ser más ridícula. Todo acerca de él es ridículo.
Astillas entran en sus ojos. No le importa. La madera se va rompiendo de a poco, astillandose primero y doblandose después. La constancia nunca ha sido una gran virtud suya, pero por esta vez va a demostrar que puede terminar algo. Inevitablemente alguien de abajo esuchará el ruido y subirá a ver qué está pasando. ¿Se lo llevaran a un manicomio? ¿Dr. Imbécil volverá a fingir que lo escucha? Importa un carajo, él va a terminar lo que se propuso. Aunque sea un propósito sin propósito. La madera ahora está bastante roja y las gotas de su propia sangre empiezan a caerle sobre el rostro. Sin darse cuenta ha comenzado a gritar. Los maderos que sostienen el colchón de su cama, largos y planos, van cediendo a su propio ritmo. Ahora los puñetes van acompañados de patadas y todo su cuerpo parece convulsionar debajo de esa oscura cama. El peso del colchón amenaza con romper lo poco que aún lo sostiene y de repente todo se desploma estrepitosamente al piso. Ya no puede alzar el puño para más golpes. Atrapado entre el colchón y el suelo él llora de nuevo. Facilmente podría quitarse todo de encima. No tiene la más mínima voluntad de hacerlo.
Entran personas corriendo a la habitación. Pasos, murmullos, todo transcurre en la más completa oscuridad para él. Riendo la risa más falsa que tiene, su esposa explica a los invitados que él, pobre, estaba intentando arreglar la cama cuando esta se debió haber desplomado sobre él. Le preguntan si está bien, pero él no responde. Ella, cada vez más nerviosa, explica que le gusta hacer este tipo de jueguitos y que siempre es tan ocurrido el hombre. Los invitados se empiezan a poner incomodos. Alguno sugiere quitarle el colchón de encima, pero su esposa asegura que es todo parte del juego y que lo dejen donde está. Llevandose la mano a la boca, incluso ella se sorprende a si misma con una gran ocurrencia. ¿Por qué no cantarle el cumpleaños feliz así? ¡Debajo de la cama! Ustedes no entienden, es que esto es la gran moda ahora en Europa. Lentamente se llena la habitación de invitados que suben para cantar el Cumpleaños Feliz. Alguien incluso trae la torta.
Cuando termina la alegre canción sale él - sonriente. ¡Qué bueno que todos supieron acompañar mi pequeño jueguito! ¡Y mi amada esposa que supo desde el principio lo que estaba haciendo! Sonrisas forzadas, miradas que juzgan, todo un feliz cumpleaños de verdad.
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