domingo, 16 de enero de 2011

Hasta que se Canse


Ella corre como loca por todo el castillo. Está oscuro como ella nunca lo ha visto, siempre le obligaban ir a dormir cuando bajaba el sol. Ella corre por los corredores de su infancia como si nunca los hubiese visto nunca antes. Varias veces debe regresar porque ha entrado por la dirección equivocada.

Desde que su padre permitió que ese entrometido investigara la muerte de su tío, nada ha sido igual. El castillo se ve cada vez más distinto, ya no hay casi empleados ni peones que hagan su voluntad. Los gritos afuera se incrementan. La confusión fuera del castillo es enorme. Por un lado están los loyalistas que apoyan a su padre, por otro los traidores que apoyan a su primo, por un tercer lado está un grupo con ideas extrañas de autodeterminación y libertad. Ella corre e imagina el castillo como lo conoció toda su vida – un lugar mágico y amable. Ahora se ha convertido en una prisión que pronto será su tumba.

Después de lo que parece una eternidad llega a su destino, los calabozos. No hay guardias. Desde sus celdas los reos lloran y piden perdón. Los más inteligentes hacen notar que si se incendia el castillo, ellos morirán. ¿La princesa no querrá ser responsable de la muerte de inocentes, verdad? Pero no son inocentes. Por algo están donde están. ¿Por qué padre siempre insistió en tener a sus enemigos cerca? ¿Cómo nadie le detuvo? Bueno, hasta la muerte del tío no se había escapado nunca nadie. Aún así, la existencia de este calabozo es sólo un error más entre una cadena casi infinita de mal juicio. Llega a la celda que busca, la del traidor.

Ella

(Apuntándole indignada):

¡Tú! ¡Tú que causaste esto! ¡Dime! ¡Dime, monstruo! ¿Valió la pena? ¿Valió la pena destruir nuestro bello reinado?

Él

(Molesto):

¿Bello? ¿Bello? Niña malcriada.

Ella:

Aún sigo siendo su majestad.

Él:

No por mucho.

Ella:

Me tratarás con el respeto debido.

Él:

¿O qué?

Ella:

¿Ni siquiera en ésta, tú hora más oscura, no te arrepientes? Morirás pronto.

Él

(Interrumpiendo):

Lo sé.

Ella:

¡Deberías estarme rogando por absolución!

Él:

¿Para que me liberes de esta celda?

Ella:

Para liberar tú espíritu.

Él:

Sigue creyendo en cuentos de hadas, su majestad.

Ella:

Dime lo que quiero saber.

Él:
¿Si valió la pena destruir tu reinado? Eso no lo hice yo, lastimosamente. Lo hizo tu padre cuando mandó a matar a su hermano.

Ella:
¡Aún ahora sigues con tus mentiras! ¡Piensa en tu alma eterna!

Él

(Sonriendo):

Tengo mejores razones para decir la verdad que el terror a un lugar que no existe. Tú padre me contrató para averiguar quién asesinó a su hermano. Todo, pero todo, de una manera cruda y asquerosa, daba con un pobre hombre de escasos recursos de la aldea. ¡Hijo de un herrero! No, no, eres demasiado estúpida para entender lo que yo entendí.

Ella:

¡Cómo te atreves! ¡Soy...! ¡Soy...!

Ella siente como su piel se empieza a resecar y sus ojos se vuelven llorosos. El humo amenaza con llenar el castillo con su presencia. Ella corre. En poco tiempo ha logrado escapar el calabozo y se encuentra afuera. Su ropa, algo quemada y manchada, parece mezclarse con la de los pocos peones que escapan por todas las puertas. Ella se mezcla entre la multitud. De sobra le hubiese quedado tiempo para abrir las celdas y liberar a los reos. Mejor que se quemen, piensa. Ahora rogaran a Dios por sus almas. Ahora Dios les castigará por destruir lo que él había construido mediante su mandato.

Nunca le faltan excusas para ser la juez y parte de otros. A fin de cuentas, es nobleza, ¿no?

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